lunes, 14 de septiembre de 2015
De besos en altamar y otras experiencias vacías
Hace ya algún tiempo, y por razones que tienen más que ver con los demonios del pasado y que habitan en la tierra firme, decidí que no quería amar de nuevo. Porque aunque suene a cajón y a frase de despecho, el amor es algo que viene en empaques muy bonitos, pero que no carece nunca de un elemento doloroso; así pues, después de enfrentar una serie de traumatismos degenerados de meterse en la aventura de amar a alguien, renuncié al corazón y me dediqué a vivir de aquello que simplemente viene atado de los instintos y que encierra dentro de sí pasión pura.
Y en un barco es fácil. Lo he dicho hasta agotarlo, pero los valores de la vida a bordo, son totalmente opuestos a cualquier experiencia que podamos enfrentar en la tierra firme. En altamar las reglas de juego son otras, en altamar los chocolates, las flores y las tarjetas de romance, pueden venir incluídas en el paquete de conquista, pero el objetivo final no consiste en nada más que en terminar en una cama.
La rutina es casi siempre la misma, un cruce de miradas que están cargadas de deseo y que se repite durante un par de días, al cabo de los cuales uno de los dos finalmente se acerca al otro; tras las presentaciones de formalismo, viene el intercambio de números de cabinas y el mismo día o a más tardar el siguiende, el teléfono de uno de los dos suena, se reunen en la cabina de alguno y el resto es historia. Fácil, sin conocerse demasiado, sin amor de por medio, sin requerir siquiera de un par de semanas o de conocer los gustos particulares del otro, sin sentarse a tomar cafés en una plaza, sin declararse, sin tomarse de la mano, ni darse besos previos, sin mirarse a los ojos, sin hacer promesas con carácter eterno, en resumidas cuentas, sin sentimientos.
Cuando esta rutina finaliza, dependiendo de lo bien que la hayan pasado juntos, es posible que el acto sexual se repita una y otra vez, pero con los mismos elementos conjugados de por medio. Un día cualquiera uno de los dos, o los dos se cansan y sin mediar palabra, sin explicaciones de por medio y sin que nadie salga herido, simplemente se dan por terminadas las reuniones cíclicas para calmar el hambre. Y siguen diciéndose 'Hola' y 'Adiós' cuando se encuentran, y no hay corazones rotos, hogares destruidos, ni llanto en sábanas mojadas.
Suena bien para aquellos que siempre tienen (o tenemos) miedo del compromiso, como la vida ideal de cualquier gigoló o atrapatontos y sin embargo, les puedo contar con base en mis propias experiencias, que los besos carentes de amor no saben a nada.
Si alguno de ustedes ensayó alguna vez a dar besos con el espejo, cuando la pubertad se asomaba y las hormonas pedían a gritos un poco de acción, la experiencia de besar el reflejo mismo en un vidrio, suele tener más contenido que los besos que se dan sin ningún sentimiento implícito. El punto radica, en que besar constituye el motor de arranque para cualquier final feliz con clímax de por medio, pero si alguien recuerda un beso dado con la emoción de ser el primero, o con los latidos a millón que trae el primer amor, o con ese dolor agradable en el bajo vientre cuando se pierde tontamente la cabeza por alguien, en el mar se pierde cada una de esas emociones que suelen llenar los anales del corazón.
El problema del mar, es que aunque es hermoso, también es duro, cambiante, impredecible y peligroso. El mar como fuerza de la naturaleza, imposible de controlar por las poco hábiles manos humanas, penetra tan a fondo en los que viven en él, que es casi como si se conviertieran en parte de las olas, en uno más de los peces o en las reminiscencias lejanas y plagadas de nostalgia que vienen siempre con los atardeceres teñidos de rojos y amarillos que se desdibujan en el azul del agua.
Y al final ¿a qué puede saber un beso en altamar?, simple; después que se da un beso carente de sentimiento, sólo queda un sabor salado en los labios y un vacío inmenso en el corazón.
Fotografía tomada de: http://sp4.fotolog.com/photo/4/9/37/malkavian_patrik/1203214794_f.jpg
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