domingo, 22 de febrero de 2015

Para inglés presione 1


Me dediqué y de manera extensa, en mi última entrada a hablar sobre los caribes y su contínuo bullying contra los latinos, principalmente en lo que respecta al tema de hablar en español; sin embargo, esta conducta, no es algo que provenga únicamente de ellos, aunque quiero aclarar que no estoy presentando a los latinos, como la víctima del crucero (porque la palabra paseo no cabe aquí), pero sí deseo contarles una historia bastante peculiar que me ocurrió durante la estancia a bordo y que nada tuvo que ver con enfrentamientos culturales.

El tipo en cuestión de alta posición en la compañía, europeo, era de esos a los que el cargo se le había subido a la cabeza y tenía por costumbre andar por todo el navío con esa actitud fastidiosa de 'soy el rey del barco', que ni siquiera igualaba a la de algunos pasajeros con más de 80 cruceros o con cabina presidencial. Físicamente medía más de 1.80, era robusto sin ser atlético ni estar en forma, y en su aspecto general, me recordaba a Bane, el villano de 'Batman The Dark Knight Rise', pero sin la máscara.

Mis interacciones con él habían sido las mínimas de cortesía, hasta que una mañana mientras el barco estaba atracado en una de las islas más entretenidas del crucero, me fui como de costumbre a comprar un café en una de las tiendas del área de pasajeros. La tienda era atendida por un latino, que para redondear era originario de mi mismo país, su administrador otro latino y obviamente, al ser todos 'Spanish People', hacíamos buena sintonía y las bromas de costumbre. Aquel día el barco se encontraba prácticamente vacío, porque la mayoría de los pasajeros habían decidio irse fuera a disfrutar del calor y el buen sol de la isla, por lo que al llegar a la tienda y encontrar que no habían pasajeros a mi alrededor, me sentí aún más en confianza para hablar sin problemas en mi idioma originario. 
Con lo que yo no contaba, era con que inmediatamente detrás de mi aparecería el susodicho personaje, acompañado de su esposa y hablando tranquilamente en su idioma, a lo que en aquel momento no le presté demasiada atención. Por la actitud propia del sujeto, cabe aclarar que no era precisamente popular entre el grueso de la tripulación, de manera que a su saludo de cortesía, todos sin excepción, (incluyendo a otro europeo que se encontraba realizando un mantenimiento en las máquinas de pago) lo saludamos por educación, pero sin demasiado entusiasmo. Acto seguido, el sujeto le hizo al europeo una pregunta obvia, a lo que el otro le respondió con una respuesta aún más obvia y entonces mi paisano me preguntó en un bonito castellano y con su amable sonrisa de costumbre.

-Hola linda ¿qué deseas hoy?-

-Capuccino gigante, con adicional de sabor a vainilla.- le respondí con sonrisa también.

-Perfecto, hoy estamos realizando un mantenimiento a la máquina de pago, por lo que voy a necesitar que me firmes esta factura.- Me dijo mi amigo, mientras rellenaba y me pasaba un pequeño papel.

-¿Dónde firmo?- pregunté, estando poco habituada al procedimiento.

-En donde está la 'X'.- Me respondió mi paisano.

Acto seguido y cuando acababa de colocar el bolígrafo para estampar mi firma, escuché que a mi lado, alguien me decía en un español dramáticamente pronunciado, las siguientes palabras, que dieron inicio a aquel conflicto de nunca acabar.

-Para inglés, presione uno.-

Yo podía entender, que estábamos en el área de pasajeros (aunque de pasajeros estuviera vacía), podía entender que dada la posición que el indeseable sujeto ocupaba en la compañía, quisiera posar del típico 'hago cumplir las reglas', y podía entender mil cosas más que hubieran justificado el objeto de su comentario, pero lo que no podía entender, ni tolerar, era que escogiera hablarme en una pobre imitación de mi idioma, para ilustrar que nos entendía y que además hubiera escogido aquella frase tan idiota, como para subrayar una ofensa en nuestra propia lengua. De manera que retiré el bolígrafo del papel y giré mi cabeza al mejor estilo del exorcista, para dedicarle fijamente una mirada quemante con mis ojos color verde oscuro (que suelo delinear para mayor efecto) y que le sostuve por varios segundos, que a ambos se nos hicieron largos, para volver al papel y firmar sin mucha prisa, dándole a entender que su comentario me valía lo mismo que el susurro del oleaje y que en ningún momento me había amedrentado, aunque en sus hombros tuviera las líneas de oficial que quisiera ponerse.

Mientras mi paisano me entregaba mi café ya preparado y yo le devolvía la factura, tuvimos tiempo de sobra los tres latinos para comunicarnos con los ojos y sin mediar palabra nos dijimos uno al otro, 'Maldito idiota'. Tuvo aún fuerzas, el susodicho para pronunciar un 'Gracias' en la misma burda imitación de castellano, que yo respondí con un perfecto 'De nada', pero sin dedicarle esta vez, mirada alguna y me retiré del lugar sin detenerme si quiera a mirar atrás por un segundo.

La situación se me antojó intolerable pero aún así decidí olvidarla, más por el hecho de que el susodicho en cuestión gustaba de llamar la atención y ser el centro de los hechos. Por lo tanto y con tal de no darle el gusto, no le dí más importancia a lo sucedido, hasta que dos semanas después mientras atracábamos en la misma isla, la pelea que había iniciado con un cruce de miradas, dio continuidad y esta vez con lo verbal.

Aquel día me habían enviado a cubrir uno de los servicios para pasajeros, que brindamos afuera del barco, directamente en el muelle, y desde que estábamos en el gangway, aguardando por la maniobra de atraque, divisé al otro lado de la estancia, al prospecto frustrado de hispanohablante, que tras sus gafas de sol me tenía sin duda clavada la mirada. Es de esos momentos en que sabes que alguien va a buscarte para iniciar un conflicto, y como ya habrán podido deducir ustedes a través de mis entradas, soy y he sido siempre malcriada, de manera que me preparé internamente para lo que pudiera venir.

El barco atracó y cuando nos dispusimos a bajar los insumos para brindar el servicio, inició la odisea de aquel día. Cuando un barco está en puerto, debe bajar unas ramplas, para poder facilitar el descenso de los pasajeros a tierra, por lógica las ramplas se encuentran bastante inclinadas y los suministros que se bajan del barco, se transportan a través de unos carros bastante grandes con ruedas, puesto que se transportan en gran cantidad. Me dispuse entonces, a bajar uno de los carros y al iniciar el descenso por la rampla del gangway, la fuerza de gravedad y el mismo peso del carro me hizcieron correr un poco y en un momento en que crucé la mirada con uno de mis compañeros, nos reímos ante lo cómico de correr en bajada, arrastrada por el peso del carro. Y aquel fue el momento en que el susodicho personaje, procedió a gritarme (esta vez en inglés), delante de todo el mundo.

-¡Ey! no juegues.-

Como me encontraba ocupada, bajando el carro a tierra, no respondí de manera inmediata, además que la distancia me obligaba a gritar y rebajarme a su nivel para ser escuchada, por lo que aguardé a tocar tierra con el carro, para responderle en inglés también.

-No estoy jugando, el carro es pesado para mi.-

Y me apresté a seguir caminando mientras empujaba el carro sin mucha prisa y ya en terreno plano, cuando sentí sus pasos tras de mi. No aceleré, ni reduje la marcha, me mantuve esperando por lo que pudiera venir y no se hizo esperar. Poniendo una mano e irguiéndose frente a mi en todo lo que su europea estatura le permitía, puso una de sus manos sobre mi carro frenándolo, y removiéndose los lentes de sol, me dijo con calma, pero algo de enojo.

-Natasha...- (admito que me quedé sorprendida de que supiera mi nombre, teniendo en cuenta que era una más, entre tantos que ocupaban mi misma posición, y teniendo en cuenta la suya) - Si el carro es pesado para ti, me lo haces saber, y te envío ayuda.-

-Gracias...- Le respondí poniendo mi más melodiosa voz y mi más brillante sonrisa, para un segundo después, decirle lapidariamente. - Pero podrías decírmelo desde el principio y no gritarme frente a todo el mundo, yo no estoy jugando.-

-Nathasha, deja de hablar y escúchame.-

-¡No! escúchame tú a mi, deja de perseguirme todo el tiempo, es la segunda vez que lo haces.-

Las palabras me salieron a borbotones, casi sin yo poder controlarlo, estaba allí parada, frente a un oficial, con un montón de líneas en sus hombros, que destacaba por hacerse temer por supervisores y personas de mucha, mucha mayor posición que yo, mientras lo había puesto en su sitio, con el adicional de ser mujer y latina. El sujeto, estaba al parecer más sorprendido que yo, pues acostumbrado como estaba a que todos agacharan la cabeza y respondieran 'si señor' 'disculpe señor' y 'permiso señor', parecía que sus oídos no daban crédito a lo que acababan de escuchar y por consiguiente, movía los labios sin conseguir articular palabra. Cuando por fin logró controlar la coherencia de sus pensamientos y su voz, simplemente me dijo:

-Gracias, linda conversación.-

A lo que yo respondí:

-Definitivamente, linda conversación.-

Gracias a que en aquel entonces tenía un jefe de esos a los que quieres darle el título a jefe del año (y que aunque les sorprenda un montón, era caribe), la situación no pasó a mayores, porque el personaje en cuestión lo llamó a su oficina y le soltó una perorata de quejas sobre mi comportamiento altisonante y poco dado a la seguridad. Aquel caribe elegante, parecía conocer de sobra al europeo y sin muchos preámbulos, pero con mucho tacto, le dijo que la situación era hilarante y que él nada podía hacer al respecto.

Algunos días después y mientras trabajaba en mi área habitual dentro del barco, sentí de repente la sensación de que alguien me miraba fijamente, y cuál sería mi sorpresa, cuando ocho pisos más arriba el sujeto me miraba fijamente para variar, tras sus lentes de sol, sin dejar de vigilarme ni por un sólo segundo; él supo que yo lo había visto, porque diez minutos después bajó los ocho pisos que nos separaban y dando un recorrido rápido por mi área  desapareció, no sin antes proferir un saludo festivo, como si fuéramos los más íntimos amigos.

La situación entonces se transformó, y ya fuera porque entendió que yo no me quedaría callada ante sus particulares llamados de atención y no quería enfrentarse a mi carácter, o porque nunca encontraría el apoyo de mi jefe si quería perjudircarme, pero lo cierto es que se dejaba caer por los lugares que sabía que yo frecuentaba y por dónde antes nunca dejaba verse. Un día quedó sin palabras, cuando tras encontrarnos en un corredor me dijo, sin poder controlarse.

-No te vi en el gangway esta mañana.-

Yo sin poder evitarlo, sonreí y respondí con toda la desfachatez del mundo.

-No, ¿por qué? ¿Acaso me has extrañado?-

Entendí que tenía la situación a mi favor, pero entendí también que me había involucrado con el orgullo y la tiranía de alguien que está acostumbrado a ser obedecido sin quejas. Lamentablemente, esa no soy yo y sé que como dice el adagio: 'en guerra larga, hay desquite', aunque nunca se me olvida, que aunque David fue pequeño, sólo necesitó de su inteligencia y audacia, para poder vencer a Goliat y afortunadamente, me sobran las dos.


jueves, 19 de febrero de 2015

Bomboclat



Lo primero que me causó impresión de este grupo particular, fue la expresión que me soltaron un día a mediados de abril, mientras con un amigo latino hablábamos sobre alguna tontería, en alguno de los elevadores de la tripulación. 'ENGLISH PLEASE'. Lo escribo con mayúscula, porque aparte de que prácticamente nos lo gritaron, nos miraron con cara de que a la menor muestra de insubordinación, eran capaces de matarnos allí mismo. Como suelo proceder en estos casos, no omití palabra, pero dejé que mis ojos de un vivo color verde oscuro, hablaran por mí, sin necesidad de palabras; al fin y al cabo el lenguaje corporal no necesita traducciones, independientemente de cualquier idioma o cultura.

Antes de continuar y para que se recreen un poco, el reglamento de las empresas de crucero norteamericanas, estipula que es obligatorio hablar en inglés siempre y cuando, el tripulante se encuentre en horas de trabajo y en área de pasajeros. Fuera de estas dos condiciones, el tripulante es libre de hablar en el idioma que le plazca, especialmente cuando se encuentra en las áreas destinadas para su servicio propio; pero como en aquel momento llevaba tan poco tiempo a bordo del navío y no conocía mucho en particular de cada cultura, decidí asumir que aquella situación se trataba de un comentario aislado y no de algo que se convertiría en repetitivo.

Me seguía a donde quiera que iba y en el mismo tonillo insultante de la primera vez; los que exultaban a hablar inglés en frente de ellos, sin respetar nuestro idioma, cultura y en fin, nuestros asuntos particulares, eran siempre los mismos: afrodescendientes, específicamente de orígen Caribe,  y en particular nacidos en la isla de Jamica. No tengo nada en contra de ningún grupo étnico, respeto las creencias, tradiciones, lenguajes y costumbres de cada país, porque me gusta que hagan lo propio conmigo, de manera que al decimo sexto 'ENGLISH PLEASE' ya había perdido completamente la paciencia y estaba haciendo esfuerzos contenidos para no empezar a proferir insultos en español a diestra y siniestra.

Pero la mejor parte de la que ya iba siendo una incómoda situación, vino cuando me di cuenta que 'ENGLISH PLEASE' era apenas la punta del iceberg en su afán de hacer bullying a aquellos de origen latino, porque ya había notado, que frente a ellos los filipinos hablaban tagalo, los chinos mandarín y los haitianos francés, sin que les generara la más mínima incomodidad; no obstante cualquier latino pronunciaba la más pequeña frase en español y la queja se hacía notar sin demora. Para colmo de males, llamaban a cada nacionalidad por su nombre: al indio, indio, al italiano, italiano, al japonés, japonés. Pero nosotros los latinos, nosotros los nacidos entre México y Argentina, atravesando el canal de Panamá, la selva del Amazonas y las cataratas del Iguazú, teníamos para ellos, una misma nacionalidad, producto de que a su lógica, hablábamos un mismo idioma: 'Spanish People'.

Quiero aclararles, que hablar español no hace español a alguien. Para empezar no somos ciudadanos europeos, en nuestros menús de gastronomía no figuran el pulpo a la gallega, la paella a la valenciana, ni el vino tinto de verano; tampoco pronunciamos con peculiaridad la 's' la 'c' y la 'z' y mucho menos estamos gobernados por una monarquía. De la misma forma que hablar inglés no hace a los caribes, tener parlamento y té a las cinco, ni hablar francés le da a los haitianos una torre Eiffel en Puerto Príncipe, de la misma forma, hablar español, no le ha dado a ningún latino la capacidad de bailar flamenco o nos ha puesto el monumento a Colón decorando la avenida principal de ninguna de nuestras ciudades.

Ya un poco harta de la particular persecución, un día decidí preguntarle a mi supervisor inmediato (un jamaiquino, pero con particular y nada común buena actitud), el por qué de esta situación. 'No lo sé a ciencia cierta' me dijo, 'yo sólo entiendo, que todos ustedes quienes hablan español, lucen iguales, blancos y atractivos'. En mi mente se formó una idea a modo de respuesta, que jamás pronuncié: nosotros no llamamos a nadie 'african people' por lucir igual que sus ancentros del continente africano, los llamamos 'Caribes', porque de acuerdo a su posición geográfica, es su región de orígen; entonces si nosotros, su tan odiada 'Spanish People' vivimos geográficamente en una región llamada 'América Latina', deberían llamarnos 'latinos' como corresponde y no de aquella y ridícula manera.

Pero lo peor, estaba por venir, ya me parecía suficiente que a mis oídos llegara un altisonante 'ENGLIS PLEASE' cada vez que intentaba hablar con mis amigos, o que al pasar frente a una mesa atestada de mujeres caribeñas, nos miraran a las latinas con expresión nada amigable y comentaran en su particular inglés 'allá va la coqueta' (por no atreverme con el verdadero término), o que algunos supervisores de orígen caribe, quisieran hacernos la vida imposible por el simple delito de hablar español. Lo peor vino una tarde de Junio, cuando saliendo de una reunión en área de tripulación, mientras hablaba animadamente con otro latino, un jamaiquino de esos que con su simple apostura, ya parece que va a matarte nos soltara a grito 'ENGLISH PLEASE ¡BOMBOCLAT!'. Lo que realmente me sorprendió no fue la ya conocida demanda de que habláramos en su idioma, sino la expresión que lo acompañaba ¿Bomboclat?. No quise ni girarme a preguntar, pero deducí que no podía ser nada bueno, hasta que alguien a quién le comenté el suceso me dijo: 'Bomboclat es sin duda una mala palabra, es el equivalente español de hijo de puta'.

De manera que aparte de ser españoles, éramos unos hijos de puta por no hablar inglés, para que su sensitivo orígen caribeño no les hiciera pensar que hablábamos mal de ellos, cuando las conversaciones eran en nuestro español nativo. Esa fue la gota que me derramó el vaso, me harté de ser buena con los caribes y con los jamaiquinos y empecé a contestar. El siguiente 'ENGLISH PLEASE' vino acompañado de la siguiente respuesta, pero en su amado inglés: 'Si no me entiendes, andate a estudiar español, BOMBOCLAT'. Al parecer hizo reaccionar a muchos, porque aparte de que para ellos somos iguales por hablar español, ser blancos y atractivos, al parecer ninguno antes les había respondido a su absurda demanda de hablar en su idioma y usando sus propias palabras, para devolver las ofensas.

Vi muchas otras expresiones peculiares en ellos, 'For Real' sin ir más lejos, me parecía extraña, porque nadie en español dice 'Por real', pero en fin. Las mujeres además tienen una extraña fascinación por las pelucas de mil formas y colores, pero como dije, no pienso involucrarme en costumbres y prácticas que no son las mías.

Sólo sé que aprendí a defenderme de una raza que tiende a ser particularmente agresiva, grosera y altisonante (me disculpo con aquellos que aunque comparten el origen caribe, guardan las proporciones de respeto y no forman parte de estas incómodas situaciones), que el bullying no es algo que sólo se vea en las escuelas y entre los niños y que puede tener un elemento racial fuertemente incluído y que muchas veces el hecho de hablar un idioma, hace a las personas objeto de este tipo de malas prácticas, aunque nunca uno lo haya creído posible. De cualquier manera, la vida hay que enfrentarla y a todos aquellos que me discriminan por ser latina, por ser una 'Spanish Girl' nacida entre México y Argentina, sólo tengo por decirles 'EN ESPAÑOL POR FAVOR, ¡BOMBOCLAT!'.

martes, 17 de febrero de 2015

De preguntas profundas y otros recuerdos de los pasajeros



Como lo he dicho antes, en los barcos de cruceros norteamericanos, confluyen una gran cantidad de pasajeros; una gran proporción de ellos, provienen directamente de los Estados Unidos, en menor porcentaje de orígen latino y en una cantidad muy mínima de Europa o Asia, cuando el puerto de embarcación, está radicado en América.
Como tripulante de cruceros, uno suele encontrarse con diferentes tipos de pasajeros. Los hay de aquellos que han pasado los últimos cincuenta años de su vida a bordo de un barco y conocen, mejor que el capitán mismo, el funcionamiento de la embarcación y de la flota entera; sumado a lo anterior y dada su antiguedad, pertenecen a sociedades de lealtad y se consideran prácticamente socios de la compañía naviera, por lo que el servicio para con ellos, es casi casi, como caminar por sobre huevos, puesto que al más mínimo detalle que no sea de su agrado, puede derivar en una queja directa en la oficina de servicio al pasajero.

La contraparte viene, con aquel crucerista novato que se ha subido por primera vez a un barco, y que parece deslumbrado hasta con el reflejo del sol sobre el océano; este tipo, suele ser el pasajero que bromea, le gusta todo y sus calificaciones sobre el servicio son las más altas.

Está también aquel pasajero, que sin tener en cuenta su antigüedad, ha comprado una cabina equipada con todos los lujos y cuyo coste, alcanzaría para alimentar una familia por 1 año. Por lo anterior decide que él y nadie más que él, es el rey absoluto del crucero y tiende a ir por todo el barco dando órdenes y solicitando los servicios con un carácter más inmediato que para 'ayer'. Y así podría continuar hablando sobre los diferentes tipos de pasajeros, pero ese tema lo trataré más adelante. El tema en el que quiero ahondar aquí, es que el 70% de los cruceristas, sin importar su orígen, antigüedad en los viajes por mar o número de acciones en la compañía, el pasajero promedio, suele dejar su cerebro en la terminal de a bordo, para volverlo a recoger al final del crucero.

¿Por qué he llegado a afirmar esto? simple, por el tipo de preguntas con las que uno suele enfrentarse, cuando el promedio del pasajero, decide que los servicios del barco le han resultado aburridos y decide dirigirse a cualquier tripulante para satisfacer su curiosidad sobre diversos temas, acerca del barco o de la flota misma. A continuación les recrearé algunos escenarios, sobre preguntas de una profundidad que me han dejado pasmada.

1. El uniforme camuflado o invisible: En absoltamente todas las compañías de cruceros, el tripulante está obligado a portar un respectivo uniforme durante sus horas laborales, acorde con su posición y sumado a esto un porta nombre, con sus datos y los idiomas que habla, así como el país de orígen. La situación es la siguiente: noche de gala, supervisor caminando por sus áreas de trabajo, uniforme de oficial con las líneas que indican su graduación en las mangas u hombros y el porta nombre visible en el pecho; es entonces cuando el pasajero decide detenerlo y preguntarle lo siguiente '¿Usted trabaja aquí?', lo que el tripulante internamente piensa es 'No señor/a, he adquirido esta vestimenta en una tienda de disfraces y llevo 80 cruceros a bordo, sin que nadie lo haya notado aún', pero externamente debe colocar su expresión más neutral para responder un cordial 'Si señor/a ¿en qué puedo ayudarle?'

2. Percepción errónea del espacio-dirección: Es normal, sobretodo en las embarcaciones de gran tamaño, que el pasajero se extravíe o pierda la orientación a bordo; sin embargo alguna vez me enfrenté a esta situación: trabajando en la parte frontal del barco en la cubierta de piscinas, una pareja se acerca, a lo que el caballero me pregunta 'Disculpe, ¿estamos en la parte de en frente o en la parte de atrás?' a lo que amablemente le he respondido 'Nos encontramos en la parte de en frente, señor', entonces vino la pregunta obvia 'Entiendo, entonces ¿la parte de atrás, hacia dónde queda?'. Si analizamos detenidamente la anatomía de un barco, todos ellos sin excepción son una superficie rectangular, de manera que si usted se ubica en la parte frontal, sólo deberá dar media vuelta y caminar recto para dirigirse a la parte trasera del buque; sin embargo debí tragarme los deseos de hacer esta aclaración científica y me limité a responder 'Detrás de usted y en línea recta, caballero'.

3. Barco = maravilla tecnológica flotante: Los barcos más nuevos y más grandes, traen consigo numerosas diversiones y adelantos tecnológicos, que suelen obnubilar la mente de los pasajeros; pero por demasiada ciencia, que se le haya incluído a un navío, ninguno de ellos tiene el poder de controlar aún, las fuerzas de la naturaleza. La situación fue la siguiente: cubierta al aire libre, una pareja rondando los 50 paseando, cuando la señora se acerca y pregunta lo siguiente: 'Disculpa querida, puedo saber ¿el aire de dónde viene?', entiendo que los barcos mas modernos son prácticamente autosuficientes y pueden pasar muchos días en altamar, sin embargo en un área de cubierta al aire libre sería tonto e ilógico generar fuerzas de viento que alcancen varios kilómetros de velocidad, cuando el mar y el viento del océano suelen hacer lo propio. Concluí todo lo anterior, pero simplemente respondí 'De afuera, señora'.

4. Personificación de los elementos naturales: Es perfectamente entendible, que si alguien paga varios miles de dólares por un crucero, espere disfrutar de un excelente clima, para que su experiencia en el mar sea memorable; no obstante la naturaleza y el mar no siempre están de lado de los pasajeros y existen esos inevitables días en los que las nubes se ciernen sobre el cielo y el día no es el mejor para lograr un buen bronceado o para sumergirse en las frías aguas de las piscinas de cubierta al aire libre; sin embargo, los pasajeros quizá recordando las fábulas de la infancia, tienden a recordar que a los elementos, animales y demás se les puede personificar para darles un carácter y actitudes humanas, por lo que preguntan lo siguiente: '¿sabes en dónde está el sol que no ha venido hoy?'. A pesar de todo, esta pregunta suele divertirme, porque es la que deja un mayor margen para bromear con el crucerista y que no lo tome como un insulto a su loable inteligencia, con respuestas como esta: 'querida señora, creo que al igual que usted, el sol ha tomado un crucero'.

5. La curiosidad geográfica: Es lógico que cuando no se tiene la experiencia de navegación propia del tripulante, cualquier asomo de tierra en la distancia, genere curiosidad y necesidad sobre conocer la posición geográfica de la nave. No obstante, algunos de estos cuestionamientos, evaden toda la lógica y suelen dejar muy mal parados a los maestros de geografía. Situación: Crucero que se dirige a las antillas mayores (Jamaica, Haití o Puerto Rico) y que zarpa el día anterior desde la península de La Florida; son las tres de la tarde y durante todo el día se ha avistado la misma isla, pero el pasajero se dirige al tripulante y pregunta '¿sabes qué país es ese?' a lo que el tripulante responde con cara de obviedad 'Esa es la isla de Cuba, señor'; sin embargo el número no termina aquí, el pasajero mirando atentamente, suele llamar a sus compañeros de crucero para mostrarles la isla, como si del descubrimiento mismo de la Atlántida se tratara y exclama a voz en cuello 'el chico de allá me lo ha confirmado, esa es Cuba'.

Continuará...

lunes, 16 de febrero de 2015

The training time


Hablar inglés es uno de los requisitos indispensables para poder trabajar en las compañías de cruceros norteamericanas; tiene lógica por supuesto, los puertos de embarcación como Miami, Fort Lauderdale, New York, New Jersey, Orlando, San Diego y Port Canaveral, por sólo mencionar los más importantes sólo en los Estados Unidos, traen a los barcos de crucero un altísimo porcentaje de pasajeros angloparlantes; por lo tanto la tripulación que atiende las necesidades de dichos huéspedes debe hablar inglés, si no perfectamente, por lo menos tener un alto dominio del idioma.

Yo hablaba inglés, claro, o eso creía después de presentar un par de entrevistas en mi país de orígen y que sin muchos preámbulos, me dieran el sí, para embarcarme; además de haber obtenido siempre brillantes notas en la escuela, cuando de inglés se trataba. Por supuesto, siendo originaria de un país latinoamericano, hablaba el idioma con un acento bastante marcado y viajé a los Estados Unidos sin imaginarme que me iba a enfrentar a diversos acentos de un idioma que no era el mio, y que aunque lo hablara, no era algo que hiciera cotidianamente y por lo tanto no estaba tan familiarizada como yo misma lo pensaba.

De entrada dos supervisores caribes, de esos para los que un latino es un español más, por el simple hecho de tener un idioma en común, se las arreglaron como pudieron para darme un par de instrucciones y decirme a grandes rasgos lo que debía hacer. Entre lo más destacado, que un jamaiquino (muy agradable para variar, entre sus paisanos), me dio a entender, era que debía asistir a varios entrenamientos por día, durante mis dos primeras semanas a bordo del barco y que no debía perder ninguno, porque si lo perdía podían sancionarme. En principio lo tomé como algo natural; era lógico que una vida tan diferente de la que se lleva en tierra, tuviera de por medio un entrenamiento, o una serie de ellos para hacer más fácil la adaptación del nuevo tripulante a la vida marina. Con lo que yo no contaba, era con que debería alternar los dichosos entrenamientos (eran hasta 3 o 4 por día), con el exigente horario de trabajo (que incluía, madrugar) y con las funciones laborales de la posición, que aún no entendía a cabalidad. Pero lo peor vino después, cuando frente a mis ojos y oídos, fueron desfilando tras de sí, un inglés, un suizo, un jamaiquino, una canadiense, una mexicana, un par de caribes, un croata, algunos rumanos y uno que otro estadounidense, de los cuáles, sólo la mexicana y por razones que son obvias, tenía compasión del poco dominio idiomático que tenía en aquel momento y pasado el training se dedicaba a aclararme puntos que no había entendido (el 80% de lo que había hablado). Era una continuidad imparable de videos, diapositivas, imágenes y risas, exclamaciones de admiración o miradas intencionadas de parte de los que sí entendían, y yo por supuesto, sólo me dedicaba a mirar al frente intentando parecer lo más tranquila posible, para no llamar la atención del entrenador y que empezara con preguntas que yo, con dos días a bordo del barco, no iba a poder responderle.

Al finalizar el segundo día, había decidido continuar con mi estrategia de posar de entendida frente a todos y tratar de disfrutar de la complicidad de una buena amiga que conocí por aquellos días, y que aunque hablaba dos idiomas más que yo, no tenía un dominio mayor que el mio en lo que al inglés respectaba y por fortuna hablaba también español. Lo que nunca me imaginé, fue que superado el interés inicial, por la novedad del barco y el estado de expectación y sorpresa, propios de cuando uno se enfrenta a una nueva situación, mi organismo iba a empezar a cobrar el precio del súbito cambio de vida. Por supuesto yo nunca he sido campeona en lo que a madrugar respecta y mis anteriores trabajos nunca habían demandado tanto esfuerzo físico como este, por lo que empecé a acumular cansancio, a demandar más horas de sueño y sumado a eso, el esfuerzo mental por entender instrucciones, preguntas y demás, me dejaron al tercer día en un estado de sueño, del que no fui consciente, sino hasta que me senté en la sala de entrenamientos, para mi segunda conferencia del día. Para colmo de males, nunca supe concluír con certeza, si era la luz de la habitación, la voz monótona o simplemente el hecho de que no entendía ni un 20% de la charla a toda velocidad, pero al cabo de diez minutos de entrenamiento, mis ojos comenzaban a cerrarse de forma involuntaria y mi cabeza a caer por efecto de gravedad, sin que yo pudiera hacer mucho para contenerme. Despertaba tras un violento cabeceo, asustada de pronto de que el entrenador lo hubiera percibido y me obligara a pasar al frente, o en el peor de los casos me preguntara algo, a lo que yo iba a quedar completamente en silencio. Por fortuna, nunca notaron lo que pasaba, y puesto que al parecer no era la única, empecé a relajarme más y a tratar de distraerme charlando en español con mi amiga, para no caer en la somnolencia y evitar así alguna situación incómoda. Claro que no siempre podía hacerlo, porque algunos de los entrenadores, eran de esos que aman el auditorio en completo silencio, mientras ellos hablan, por lo que tenía que recurrir a otros métodos para evitar dormirme frente a todos, como pellizcarme los brazos o enterrarme un poco las uñas, para que el dolor físico me mantuviera despierta, pues había perdido completamente el control de mis ojos y mi cabeza.

Nunca supe qué dijeron en la mayoría de aquellos entrenamientos, especialmente en aquellos en los que sólo había charla y más charla. Algunos en los que el instructor se apoyaba con videos o imágenes, me ayudaban un poco, pero en general sentía que estaba asistiendo a las clases de cálculo de la escuela, porque al igual que allí, nunca entendía mucho. Al final y haciendo cuentas, entendí los prácticos, porque el de supervivencia en el océano, lo hicimos dentro de una piscina y no estaba el elemento monótono del resto y porque siempre he amado el agua, y el de extinción de fuego, porque el sueco que lo dictó, me quitaba el sueño y aparte decidió que siendo nueva, debía llevar a cabo los ejercicios delante de todos para que los entendiera correctamente y al final me sorprendió con un par de palabritas en español, que junto a sus ojos color zafiro, me alegraron el día.

Pero lo más divertido, fue siempre el final de cada entrenamiento, cuando con aquella inolvidable amiga, nos hacíamos siempre la misma pregunta y obteníamos de la otra la misma respuesta:
 "-¿entendiste algo?- No- Ah ok, yo tampoco-.

Una vida real

Le puse el título a este blog de forma muy intencional, primero porque hace mucho que superé la época en la que me gustaba que los demás pensaran en mi como una mujer inteligente, (forma parte de la auto-aceptación, el mandar a la mierda la opinión del resto) de manera que no le di muchas vueltas y lo titulé tal cuál es mi vida, y segundo porque desde el día en que abordé por primera vez, un barco de cruceros para empezar a trabajar en él, me di cuenta de que el mar trae consigo muchas cosas (aunque también se lleva otras tantas), y que la experiencia de formar parte de una tripulación de barco, te cambia completamente el enfoque desde el que ves la vida, y te hace asumir de forma muy diferente, el concepto de una 'Vida Real'.

El común de los individuos está acostumbrado a ir cada día por la calle sin ser realmente consciente de lo que hace y de lo que tiene, yo entendí el valor de ciertas cosas, cuando decidí vivir una vida en el océano. Lo primero que hay que superar es una cierta claustrofobia, con la que te chocas al empezar a vivir en un espacio confinado, con aire artificial y luz artificial durante casi todo el tiempo. Lo segundo, aprender a vivir con una vida que en el mejor de los casos es pública y en el peor es falsa, puesto que aunque las tripulaciones de barcos de turismo, puede llegar a superar los 2.000 miembros en los más grandes buques, lo cierto es que el personal se conoce todo entre sí y el chisme y los cotilleos de corredor, son más comunes que en la vida que se suele llevar en tierra. Lo siguiente, viene con el manejo del tiempo, porque pasas de tener ocupada la mayor parte del día y querer descansar en tu tiempo libre, porque dicho sea de paso, el trabajo a bordo de un buque de cruceros es realmente agotador. Sin embargo y pese a que lo anteriormente mencionado puede no sonar muy tentador para la mayoría, llega el día en que la vida de tripulante, se te vuelve algo a lo que no quieres ni puedes renunciar. ¿Por qué? porque hay muchas cosas de las que se carece, pero que al final uno se da cuenta que puede manejar, otras que se tienen y de las cuales nadie quiere desprenderse y otras que aunque son ambivalentes, pasan a ocupar un lugar que antes era prioritario y después es secundario.

1. La familia: Este es el primero de los conceptos que establece una lucha, cuando se trabaja lejos de casa y cobra un sentido diferente. Dicho sea de paso, nunca he establecido una relación de cuento de hadas con mi familia más inmediata, pero aún así el choque es fuerte al establecer una separación importante en conceptos de distancia física y tiempo, puesto que un barco de cruceros recorre el mundo entero en pos de turismo y puertos por explorar, así que bien el día de hoy se puede estar en Jamaica, como en dos semanas pisar puertos de Europa y la familia o los seres queridos permanecen en el país de orígen, haciendo las delicias de una cotidianidad, que al tripulante de navíos se le hace esquiva. En lo personal, creí que la distancia y las millas náuticas de por medio podían afianzar relaciones desgastadas desde la infancia misma, pero lo cierto es que el océano suele rodearnos de cierta aura de nostalgia y olvidamos que las personas en tierra no tienen los mismos motivos, ni las mismas angustias del olvido, que el mar trae consigo y al volver a tierra todo vuelve a ser como antes. Pero hablo de mi caso, que es el menos afortunado, en la mayoría de situaciones, el trabajo de tripulante, suele hacer que quienes permanecen en tierra, valoren y asuman la importancian de alguien que ocupa su vida en el mar, ejerciendo profesiones de alto desgaste y responsabilidad.

2. El trabajo: Estamos acostumbrados a ver el trabajo como un sitio diferente del hogar a donde vamos a ejercer una actividad, de la que devengamos un sustento, ¿qué sucede cuando el trabajo y el hogar se fusionan con todo lo que ello implica?, un tripulante pasa de transportarse diariamente entre su hogar y su lugar de trabajo, a levantarse, vestirse, tomar un desayuno ligero, subir al elevador y dirigirse al piso del crucero en el cuál desempeña sus funciones; pasa de tener unos compañeros de trabajo con los que puede tener una relación buena, mala o simplemente laboral, a compartir espacios laborales y personales con los mismos individuos por períodos de tiempo que oscilan entre los 3 y los 10 meses, sin un sólo día de pausa, que permita alejarse u oxigenarse de los mismos individuos cada día. Pero aunque les parezca increíble, esta convivencia forzada, estimula un aprendizaje en términos de tolerancia, estimación y respeto, por la formación y cultura propios de cada individuo, puesto que en un barco de pasajeros confluyen individuos de todas las nacionalidades del planeta y el entender que cada persona es un universo diferente, pasa de las bellas palabras sobre el papel, a la puesta en práctica en la vida que el tripulante debe vivir.

3. El amor: Este quizás sea el tema más espinoso al que un tripulante de barco, deba enfrentarse en su experiencia de navegación, no sólo por la diferencia tan marcada que existe entre las relaciones de tierra firme y las que se viven navegando el océano, sino porque la privacidad y los secretos no existen a bordo de un navío de pasajeros. Para empezar, hay que despedirse de la reputación, (o por lo menos de la buena) porque en un barco, si se habla o se cena más de dos veces con alguien del sexo opuesto, ya por descontado hay sexo entre estas dos personas, y si por hacer cuentas cortas, en un contrato de 6 meses, se habla, se sale a cenar o a dar un paseo por la cubierta con un número aproximado de dos personas por semana, simplemente hagan el cómputo matemático de cuantas personas o 'amantes' se le pueden atribuir a un mismo individuo por cada contrato a bordo.
Ahora, si se establece una relación duradera, en términos de cenar, caminar, dormir, y en resumidas cuentas andar siempre con la misma persona, esto no es de ninguna manera, una garantía de continuidad de la relación en tierra firme, puesto que son demasiados los factores que aquí confluyen. El primero y más importante, el 60% de quienes trabajan en barcos de cruceros, tienen una relación, matrimonio o familia en su país de orígen y si establecen relaciones alternas, lo hacen por mitigar la soledad y sensación de abandono que a bordo puede llegar a experimentarse, y no porque estas relaciones tengan la intención de continuarse fuera (Claro, que se dan los casos de personas solteras que se han conocido a bordo y han llegado a establecer familias en tierra firme, pero no es el común denominador). De otra parte están la distancia geográfica y los requisitos diplomáticos que una vez fuera del barco deben vencerse si es que se quiere volver a ver a esa persona con la que se han compartido momentos bellos a bordo, porque si bien es muy romántico para cualquier latino, soñar con viajar hasta Japón, para continuar con el idilio marítimo, o viceversa, lo cierto es que los costes de desplazamiento y las restricciones consulares, no facilitan que los amores del mar, sean posibles sobre la tierra firme; por esto, quienes establecen este tipo de amoríos a bordo, son conscientes de que el romance tiene fecha de caducidad y en el común de los casos es de sólo un contrato, o bien, hasta que el contrato de cualquiera de las partes, finalice.
Ahora y para quienes tienen una política de vivir la vida sin ataduras y con la libertad escrita en la frente, el divertimento como tripulante de cruceros, está totalmente garantizado, puesto que las oficinas de personal en los navíos, están plenamente conscientes de que un trabajo pesado, debe tener sus espacios de esparcimiento y relajación, por esto, practicamente a diario, la tripulación tiene fiestas y celebraciones organizadas, de las cuales salen por lógica, esos encuentros casuales, en los que ninguna de las partes tiene intenciones de formalizar nada, sino que simplemente se reducen a satisfacer las necesidades físicas de cada uno, sin ánimos de compromiso y sin que hayan sentimientos de por medio; es común que este tipo de encuentros se vuelvan cíclicos, es decir, que luego de cada festejo, las mismas dos personas se reúnan para hacer lo mismo, sin que esto degenere a la larga en sentimientos o surgimiento de afecto, más allá de la estimación o la amistad.

4. El valor de las cosas materiales: Mientras en tierra firme, hay preocupaciones comunes con las que todo ser humano debe lidiar, a bordo del mar se establecen diferentes patrones. Los conceptos de alojamiento y alimentación están incluídos en el contrato a bordo, por lo que la renta, o el pago de impuestos y servicios públicos no existe más para el tripulante. Se abre entonces un mundo entero de posibilidades, pues entre salario y propinas, el dinero que un tripulante gana, es importante aún en las posiciones menor remuneradas. Para quienes tienen familia por mantenener, una vez restado este dinero, el resto está disponible para invertirlo a bordo o bien en los puertos que se visitan, sumado a lo anterior, las ventas a bordo de los barcos tienen el encanto de estar libres de impuestos y en muchos de los puertos, esta condición se mantiene, por lo que el dinero tiende a durar y rendir mucho más que en la tierra, aún para aquellos que gustan darse una gran vida a bordo, teniendo en cuenta que se tiene acceso a importantes y sofisticadas marcas en todo tipo de productos.

5. El valor de las cosas inmateriales: Mi mejor amiga a bordo, me decía 'extraño mi vida en tierra, el tiempo para pasear a mi perro, leer un libro, o ir al cine'. Ella tenía razón. A bordo de un barco no se tiene el tiempo para leer un libro como en la tierra, primero porque el trabajo, sin importar la posición demanda tiempo, esfuerzo y mucha dedicación física y de actitud hacia el pasajero, por lo tanto, cuando la jornada laboral finaliza, el cuerpo y la mente están demasiado agotados para dedicarlos a labores intelectuales, la diversión y el relajamiento son lo único para lo que hay espacio. No obstante, mi amiga y yo, experimentamos una sensación de abandono y aquello que solemos llamar 'estar fuera de lugar', cuando al cabo de un largo contrato, desembarcamos y volvimos a tierra. Lo cotidiano del barco, como los ejercicios de evacuación, las llegadas a puerto, los amigos de a bordo, las fiestas, el alcohol a precios económicos, el comedor de tripulación, los chismes del día a día, el drama de los enredos de tripulante a tripulante, habían llenado nuestras vidas a un punto, que volver a la cotidianidad fue un choque tremendo, que no disfrutamos plenamente.

Es por todo esto, que aún hoy no estoy segura de establecer un concepto específico sobre lo que es la vida real, porque la experiencia en el barco me ha cambiado como persona, porque rememoro a diario una frase de una película famosa en el cine, donde los piratas decían 'parte de la tripulación, parte del barco', porque siento que nunca más disfrutaré de forma plena un día en tierra, si no tengo la certeza de un pronto regreso al mar y porque sólo quien ha sido tripulante, puede saber cuanto se disfrutan aquellos días imperecederos en altamar, con todo y sus nostalgias, añoranzas y buenos recuerdos que a veces quedan y otras se van con las olas y la inmensidad del mar.