Le puse el título a este blog de forma muy intencional, primero porque hace mucho que superé la época en la que me gustaba que los demás pensaran en mi como una mujer inteligente, (forma parte de la auto-aceptación, el mandar a la mierda la opinión del resto) de manera que no le di muchas vueltas y lo titulé tal cuál es mi vida, y segundo porque desde el día en que abordé por primera vez, un barco de cruceros para empezar a trabajar en él, me di cuenta de que el mar trae consigo muchas cosas (aunque también se lleva otras tantas), y que la experiencia de formar parte de una tripulación de barco, te cambia completamente el enfoque desde el que ves la vida, y te hace asumir de forma muy diferente, el concepto de una 'Vida Real'.
El común de los individuos está acostumbrado a ir cada día por la calle sin ser realmente consciente de lo que hace y de lo que tiene, yo entendí el valor de ciertas cosas, cuando decidí vivir una vida en el océano. Lo primero que hay que superar es una cierta claustrofobia, con la que te chocas al empezar a vivir en un espacio confinado, con aire artificial y luz artificial durante casi todo el tiempo. Lo segundo, aprender a vivir con una vida que en el mejor de los casos es pública y en el peor es falsa, puesto que aunque las tripulaciones de barcos de turismo, puede llegar a superar los 2.000 miembros en los más grandes buques, lo cierto es que el personal se conoce todo entre sí y el chisme y los cotilleos de corredor, son más comunes que en la vida que se suele llevar en tierra. Lo siguiente, viene con el manejo del tiempo, porque pasas de tener ocupada la mayor parte del día y querer descansar en tu tiempo libre, porque dicho sea de paso, el trabajo a bordo de un buque de cruceros es realmente agotador. Sin embargo y pese a que lo anteriormente mencionado puede no sonar muy tentador para la mayoría, llega el día en que la vida de tripulante, se te vuelve algo a lo que no quieres ni puedes renunciar. ¿Por qué? porque hay muchas cosas de las que se carece, pero que al final uno se da cuenta que puede manejar, otras que se tienen y de las cuales nadie quiere desprenderse y otras que aunque son ambivalentes, pasan a ocupar un lugar que antes era prioritario y después es secundario.
1. La familia: Este es el primero de los conceptos que establece una lucha, cuando se trabaja lejos de casa y cobra un sentido diferente. Dicho sea de paso, nunca he establecido una relación de cuento de hadas con mi familia más inmediata, pero aún así el choque es fuerte al establecer una separación importante en conceptos de distancia física y tiempo, puesto que un barco de cruceros recorre el mundo entero en pos de turismo y puertos por explorar, así que bien el día de hoy se puede estar en Jamaica, como en dos semanas pisar puertos de Europa y la familia o los seres queridos permanecen en el país de orígen, haciendo las delicias de una cotidianidad, que al tripulante de navíos se le hace esquiva. En lo personal, creí que la distancia y las millas náuticas de por medio podían afianzar relaciones desgastadas desde la infancia misma, pero lo cierto es que el océano suele rodearnos de cierta aura de nostalgia y olvidamos que las personas en tierra no tienen los mismos motivos, ni las mismas angustias del olvido, que el mar trae consigo y al volver a tierra todo vuelve a ser como antes. Pero hablo de mi caso, que es el menos afortunado, en la mayoría de situaciones, el trabajo de tripulante, suele hacer que quienes permanecen en tierra, valoren y asuman la importancian de alguien que ocupa su vida en el mar, ejerciendo profesiones de alto desgaste y responsabilidad.
2. El trabajo: Estamos acostumbrados a ver el trabajo como un sitio diferente del hogar a donde vamos a ejercer una actividad, de la que devengamos un sustento, ¿qué sucede cuando el trabajo y el hogar se fusionan con todo lo que ello implica?, un tripulante pasa de transportarse diariamente entre su hogar y su lugar de trabajo, a levantarse, vestirse, tomar un desayuno ligero, subir al elevador y dirigirse al piso del crucero en el cuál desempeña sus funciones; pasa de tener unos compañeros de trabajo con los que puede tener una relación buena, mala o simplemente laboral, a compartir espacios laborales y personales con los mismos individuos por períodos de tiempo que oscilan entre los 3 y los 10 meses, sin un sólo día de pausa, que permita alejarse u oxigenarse de los mismos individuos cada día. Pero aunque les parezca increíble, esta convivencia forzada, estimula un aprendizaje en términos de tolerancia, estimación y respeto, por la formación y cultura propios de cada individuo, puesto que en un barco de pasajeros confluyen individuos de todas las nacionalidades del planeta y el entender que cada persona es un universo diferente, pasa de las bellas palabras sobre el papel, a la puesta en práctica en la vida que el tripulante debe vivir.
3. El amor: Este quizás sea el tema más espinoso al que un tripulante de barco, deba enfrentarse en su experiencia de navegación, no sólo por la diferencia tan marcada que existe entre las relaciones de tierra firme y las que se viven navegando el océano, sino porque la privacidad y los secretos no existen a bordo de un navío de pasajeros. Para empezar, hay que despedirse de la reputación, (o por lo menos de la buena) porque en un barco, si se habla o se cena más de dos veces con alguien del sexo opuesto, ya por descontado hay sexo entre estas dos personas, y si por hacer cuentas cortas, en un contrato de 6 meses, se habla, se sale a cenar o a dar un paseo por la cubierta con un número aproximado de dos personas por semana, simplemente hagan el cómputo matemático de cuantas personas o 'amantes' se le pueden atribuir a un mismo individuo por cada contrato a bordo.
Ahora, si se establece una relación duradera, en términos de cenar, caminar, dormir, y en resumidas cuentas andar siempre con la misma persona, esto no es de ninguna manera, una garantía de continuidad de la relación en tierra firme, puesto que son demasiados los factores que aquí confluyen. El primero y más importante, el 60% de quienes trabajan en barcos de cruceros, tienen una relación, matrimonio o familia en su país de orígen y si establecen relaciones alternas, lo hacen por mitigar la soledad y sensación de abandono que a bordo puede llegar a experimentarse, y no porque estas relaciones tengan la intención de continuarse fuera (Claro, que se dan los casos de personas solteras que se han conocido a bordo y han llegado a establecer familias en tierra firme, pero no es el común denominador). De otra parte están la distancia geográfica y los requisitos diplomáticos que una vez fuera del barco deben vencerse si es que se quiere volver a ver a esa persona con la que se han compartido momentos bellos a bordo, porque si bien es muy romántico para cualquier latino, soñar con viajar hasta Japón, para continuar con el idilio marítimo, o viceversa, lo cierto es que los costes de desplazamiento y las restricciones consulares, no facilitan que los amores del mar, sean posibles sobre la tierra firme; por esto, quienes establecen este tipo de amoríos a bordo, son conscientes de que el romance tiene fecha de caducidad y en el común de los casos es de sólo un contrato, o bien, hasta que el contrato de cualquiera de las partes, finalice.
Ahora y para quienes tienen una política de vivir la vida sin ataduras y con la libertad escrita en la frente, el divertimento como tripulante de cruceros, está totalmente garantizado, puesto que las oficinas de personal en los navíos, están plenamente conscientes de que un trabajo pesado, debe tener sus espacios de esparcimiento y relajación, por esto, practicamente a diario, la tripulación tiene fiestas y celebraciones organizadas, de las cuales salen por lógica, esos encuentros casuales, en los que ninguna de las partes tiene intenciones de formalizar nada, sino que simplemente se reducen a satisfacer las necesidades físicas de cada uno, sin ánimos de compromiso y sin que hayan sentimientos de por medio; es común que este tipo de encuentros se vuelvan cíclicos, es decir, que luego de cada festejo, las mismas dos personas se reúnan para hacer lo mismo, sin que esto degenere a la larga en sentimientos o surgimiento de afecto, más allá de la estimación o la amistad.
4. El valor de las cosas materiales: Mientras en tierra firme, hay preocupaciones comunes con las que todo ser humano debe lidiar, a bordo del mar se establecen diferentes patrones. Los conceptos de alojamiento y alimentación están incluídos en el contrato a bordo, por lo que la renta, o el pago de impuestos y servicios públicos no existe más para el tripulante. Se abre entonces un mundo entero de posibilidades, pues entre salario y propinas, el dinero que un tripulante gana, es importante aún en las posiciones menor remuneradas. Para quienes tienen familia por mantenener, una vez restado este dinero, el resto está disponible para invertirlo a bordo o bien en los puertos que se visitan, sumado a lo anterior, las ventas a bordo de los barcos tienen el encanto de estar libres de impuestos y en muchos de los puertos, esta condición se mantiene, por lo que el dinero tiende a durar y rendir mucho más que en la tierra, aún para aquellos que gustan darse una gran vida a bordo, teniendo en cuenta que se tiene acceso a importantes y sofisticadas marcas en todo tipo de productos.
5. El valor de las cosas inmateriales: Mi mejor amiga a bordo, me decía 'extraño mi vida en tierra, el tiempo para pasear a mi perro, leer un libro, o ir al cine'. Ella tenía razón. A bordo de un barco no se tiene el tiempo para leer un libro como en la tierra, primero porque el trabajo, sin importar la posición demanda tiempo, esfuerzo y mucha dedicación física y de actitud hacia el pasajero, por lo tanto, cuando la jornada laboral finaliza, el cuerpo y la mente están demasiado agotados para dedicarlos a labores intelectuales, la diversión y el relajamiento son lo único para lo que hay espacio. No obstante, mi amiga y yo, experimentamos una sensación de abandono y aquello que solemos llamar 'estar fuera de lugar', cuando al cabo de un largo contrato, desembarcamos y volvimos a tierra. Lo cotidiano del barco, como los ejercicios de evacuación, las llegadas a puerto, los amigos de a bordo, las fiestas, el alcohol a precios económicos, el comedor de tripulación, los chismes del día a día, el drama de los enredos de tripulante a tripulante, habían llenado nuestras vidas a un punto, que volver a la cotidianidad fue un choque tremendo, que no disfrutamos plenamente.
Es por todo esto, que aún hoy no estoy segura de establecer un concepto específico sobre lo que es la vida real, porque la experiencia en el barco me ha cambiado como persona, porque rememoro a diario una frase de una película famosa en el cine, donde los piratas decían 'parte de la tripulación, parte del barco', porque siento que nunca más disfrutaré de forma plena un día en tierra, si no tengo la certeza de un pronto regreso al mar y porque sólo quien ha sido tripulante, puede saber cuanto se disfrutan aquellos días imperecederos en altamar, con todo y sus nostalgias, añoranzas y buenos recuerdos que a veces quedan y otras se van con las olas y la inmensidad del mar.
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